lunes, 4 de marzo de 2013

“Vientos amargos”, de Harry Wu


Puede parecer increíble, pero todavía existen en China campos de trabajo. calificados por el régimen como centros de reeducación, con esa retórica dictatorial propia de los regímenes totalitarios. Con datos proporcionados por el Consejo de Derechos Humanos, en 2009 había 170.000 personas recluidas en estos campos, culpables de cometer delitos muy diferentes (desde criticar a las autoridades hasta por tráfico de drogas). Estos días, marzo de 2013, se debate en la Asamblea Nacional Popular del Parlamento de China la abolición o reforma de unos centros que apenas cuentan con garantías procesales y jurídicas y que fueron creados por Mao en la década de los 50 para combatir a los “enemigos de clase”, cajón de sastre que, como en otros países, sirvió para enviar como prisioneros a todos aquellos sospechosos de no comulgar con el partido comunista chino.

Hay organizaciones que llevan muchos años denunciando estos campos, que el régimen utiliza también como mano de obra. El escritor Harry Wu pasó casi veinte años ingresado en uno de estos campos, experiencia que contó en Vientos amargos, publicado por la editorial Libros del Asteroide en 2008. Wu fundó en 1992 The Laogai Research Foundation, una ONG dedicada a denunciar ante la opinión pública la falta de derechos humanos en China y la extensión de los campos de trabajo. Sobre este asunto, Harry Wu ha publicado varios ensayos.


Vientos amargos es un testimonio impactante porque desvela una situación poco conocida en el mundo occidental, a pesar de las denuncias. Lo mismo sucede en Corea del Norte, país en el que siguen existiendo hoy días campos de este tipo. Este testimonio conecta también con el que escribió Denise Affonço en El infierno de los jemeres rojos (Libros del Asteroide), donde contó su dramática experiencia en Camboya. Y no me pongo pesado con otros libros que denunciaron la verdad de lo que estaba ocurriendo en los campos de concentración de la URSS y otros países comunistas, frente a la pasividad de tantos intelectuales europeos que calificaron la existencia de estos campos como cuentos de hadas.

En 1960, Harry Wu, un joven estudiante del Instituto de Geología de Pekín, fue detenido acusado de derechista. Lo mismo les sucedió a miles y miles de personas que no se identificaron desde el primer momento con los ideales de la revolución maoísta o que tenían a sus espaldas un pasado que no estaba vinculado al Partido Comunista chino. Las acusaciones se extendieron por todo el país y miles de ciudadanos, sin ser juzgados ni condenados formalmente, fueron enviados a campos de trabajo con la intención de alcanzar la rehabilitación, siempre al amparo de lo que decía el Partido Comunista chino, dueño y señor de las vidas de todos sus conciudadanos.

Wu pensó que, como mucho, estaría tres años en estos campos de trabajo. Sin embargo, al final pasó casi veinte años en diferentes lugares hasta que fue liberado en 1979. A mediados de la década de los ochenta consiguió abandonar China para exiliarse en Estados Unidos, donde reemprendió sus trabajos científicos.

El libro de Harry Wu está escrito para denunciar la falta de libertades, los crímenes y la dictadura impuesta por el Partido Comunista. Wu se centra exclusivamente en cómo el Partido Comunista implantó unos campos de trabajo donde, en condiciones miserables (Wu ve morir a muchos de sus compañeros), se abusaba de los detenidos para construir el paraíso comunista. Años después, cuando ya vivía en Estados Unidos, consiguió entrar de nuevo en China y con una cámara oculta filmó algunos de estos campos y cómo las autoridades chinas utilizaban a los prisioneros como mano de obra para fabricar productos que luego vendían en el extranjero.

Antes de la llegada de los comunistas, Wu pertenecía a una familia acomodada. La Revolución se cebó con su familia. Él fue acusado en la Universidad de estudiante derechista y desde entonces su vida fue un infierno, siendo víctima, también de la política china de aquellos años, como las dramáticas consecuencias del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. No solamente tuvo que soportar sobrevivir en unas condiciones inhumanas; además, como enemigo del pueblo, estaba obligado a someterse a constantes autocríticas ideológicas y a estudiar todos los días los escritos del Gran Timonel y las directrices del Partido Comunista chino.


Vientos amargos
Harry Wu
Libros del Asteroide. Barcelona (2008)
376 págs.
T.o.: Bitter Winds. A Memory of My Years in China’s Gulag.
Traducción: Pedro Tena.

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