miércoles, 10 de junio de 2015

“Herejes”, de Leonardo Padura


Autor de una serie de novelas policiacas protagonizadas por el expolicía Mario Conde, el cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955), último Premio Princesa de Asturias de las Letras, consiguió un gran éxito internacional con El hombre que amaba a los perros, novela de calidad en la que mezclaba la investigación histórica, la novela política y un lúcido análisis sobre la realidad cubana contemporánea.
En Herejes vuelve a hacer un ambicioso experimento: incluye a su detective Mario Conde en el desarrollo de una trama que, como en sus novelas más literarias (como, también, La novela de mi vida), alterna diferentes planos narrativos que se desarrollan en distintos tiempos históricos.
Herejes comienza en La Habana, en 1939. En su puerto ha atracado el transatlántico Saint Louis con 900 judíos que huyen del nazismo. En el puerto, esperando a sus padres, se encuentran el niño Daniel y su tío Joseph, que llevan viviendo una temporada en La Habana. En el barco se encuentran los padres de Daniel y una hermana pequeña. Sin embargo, tras unas turbias  negociaciones con el fin de sacar más dinero a los pasajeros judíos, las autoridades cubanas impiden el descenso de los viajeros, que regresan a Europa donde les espera un trágico futuro, como les pasó a los padres y a la hermana de Daniel. Tanto Daniel como su tío saben que sus familiares viajan con un tesoro familiar que llevan siglos protegiendo: un lienzo del pintor holandés Rembrandt con una imagen de un Cristo inspirada en el retrato de un judío. Con el fin de quedarse en La Habana, los familiares de David utilizan ese cuadro ante las autoridades como moneda de cambio. Pero fueron vilmente engañados: al final ni consiguen quedarse ni que les devuelvan el valioso cuadro.
Elías Kandinsky, el hijo de Daniel, residente en Estados Unidos, desconoce el paradero de ese cuadro del que conoce la historia familiar hasta que aparece en una subasta de Londres, procedente de Estados Unidos. Viaja a Cuba y contrata al expolicía y detective Mario Conde para que investigue dónde podía haber estado escondido el cuadro, quién lo ha sacado del país y qué ha pasado con sus descendientes desde que sus padres abandonaran La Habana en 1958 con destino a Miami, donde rehicieron sus vidas, aunque su tío Joseph, con quien Daniel vivió durante años, decidió permanecer en la isla.
La novela tiene una estructura deliberadamente complicada, pues tras conocer la historia del cuadro y de los familiares de Elías e iniciar unas investigaciones que acercan a Mario Conde al destino del cuadro, Leonardo Padura interrumpe el relato para retroceder al siglo XVII, en Ámsterdam, y contar cómo pudieron desarrollarse los hechos relacionados con esa pintura que ha marcado a diferentes generaciones familiares de judíos. Estas páginas contienen un exhaustivo trabajo histórico tanto de la vida de Rembrandt como de la comunidad de judíos que procedentes de España y Portugal, de donde habían sido expulsados, se instalaron en Ámsterdam en un clima de tolerancia.
El protagonista de esta parte de la novela es el joven Elías Ambrosius Kandisky, judío que siente una irresistible y peligrosa atracción por la pintura, contraviniendo las leyes de su religión. Este joven consigue trabajar como criado durante cuatro años en la casa-escuela de Rembrandt, a la vez que aprende las técnicas pictóricas. Elías acaba siendo un pintor muy prometedor que, sin embargo, tiene que abandonar Ámsterdam tras haber sido denunciado por la comunidad judía por dedicarse a la pintura. Elías consigue huir a Polonia y allí vive en directo en 1648 la cruel persecución que se desata contra los judíos. En su huída, se desconoce el destino de Elías, aunque los Kandisnky han conservado el cuadro de Rembrandt que ahora se va a subastar en Londres.
Cuando finaliza este largo excursus histórico, una novela dentro de la novela, un excelente y meritorio trabajo histórico y literario, la trama regresa otra vez a La Habana, al año 2008. Mario Conde vuelve a tomar las riendas de la narración, en este caso investigando la misteriosa desaparición de la joven Judit, una amiga y compañera de la nieta del hermanastro de Daniel Kandinsky. Aunque parece que esta parte poco tiene que ver con todo lo narrado anteriormente, Padura se centra ahora en la situación de la juventud en Cuba, el florecimiento de las tribus urbanas –Judit es uno de los miembros más relevantes de uno de estos grupos, los emo-, el auge de la corrupción y la desesperante situación que se vive en la isla, donde la falta de expectativas, libertades, posibilidades y sueños ha convertido a muchos cubanos en escépticos de todas las causas. Al final, Padura consigue unir las tramas de todas las partes de la novela –lo que no parecía fácil - y transforma todos esos sucesos en una memorable parábola sobre los peligros de la falta de libertad individual, el peso de los formalismos sociales, políticos y religiosos, el ahogo que provoca cualquier tipo de dictadura y la necesidad de aire libre para alcanzar la felicidad.
Junto con la enrevesada historia del cuadro de Rembrandt y su desconocido paradero, el otro hilo conductor es el personaje de Mario Conde, protagonista con ésta de otras ocho novelas policiacas de Leonardo Padura, aunque Herejes poco tiene que ver en su planteamiento, estructura e intenciones con las anteriores. Conde es un expolicía que abandonó desencantado el cuerpo hace más de veinte años, se dedica ocasionalmente a comprar libros antiguos y también ejerce de detective. Tiene un fiel grupo de amigos con los que comparte intimidades, borracheras, buenas comidas y un gran compañerismo, quizás lo único seguro que queda en Cuba, por lo que conviene alimentarlo y disfrutarlo. También tiene desde hace décadas una medio novia, Tamara, con la que se plantea contraer matrimonio, ahora que los dos ya son personas maduras y han superado diferentes experiencias traumáticas. A veces puede resultar ácido y frívolo en sus opiniones y acciones, que incluyen algunos encuentros sexuales descritos sin detallismo.
 Conde es una persona muy escéptica con la situación que se vive en la Cuba actual, de ahí su identificación con los protagonistas de la trama, Elías y su padre Daniel, la historia de tantos judíos, y el drama que vive la joven Judit, una emo que lo es por convencimiento, por una profunda decisión personal que la ha llevado a un estado semidepresivo al no tener ya ninguna esperanza ni sobre su futuro ni el de su país. En eso consisten los emos: personajes góticos, de formas y modas estrafalarias con las que canalizan su descontento social y existencial. Conde ejerce de ateo, aunque no comparte, como los emos y Judit, la idea de que Dios ha muerto. De hecho, en toda la novela hay una interesante y en ocasiones parcial reflexión sobre la religión judía, sobre su destino, sobre sus creencias (lo que en alguna ocasión le lleva a hacer alguna crítica a la religión católica). Lo que vive y se cuenta en la novela alimenta su cinismo, aunque también -persona culta y abierta, muy socarrona- le despierta a Conde, todavía con más fuerza y energía, sus ansias de libertad tanto para sí como para los que le rodean.
Padura demuestra su habilidad como narrador con una novela compleja y muy arriesgada en la que puede resultar un tanto forzado el ensamblaje final. El trabajo estilístico es muy meritorio, pues es capaz de ambientar su novela en la Cuba de los 50, en el siglo XVII en Ámsterdam y en la Cuba más contemporánea. Resulta muy original la radiografía que hace de parte de la juventud cubana, la que ha recurrido a experiencias extremas con tal de no integrarse en un sistema roto y corrupto. También la constante presencia del pueblo judío. Todos estos ingredientes, que no son ni pocos ni fáciles, dan forma a una novela densa, ambiciosa y muy bien trabajada que es también una parábola de los peligros de los totalitarismos.


Herejes
Leonardo Padura
Tusquets. Barcelona (2013)
520 págs. 21 €.

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