lunes, 22 de mayo de 2017

“Encadenados. Diarios de mártires de la China de Mao”, de Gerolamo Fazzini




Resulta llamativa la escasa atención que los medios de comunicación occidentales dedican a la persecución religiosa que están sufriendo muchos cristianos en diferentes partes del mundo (Irak, Egipto, Libia, Kenia, Pakistán, Afganistán…), comenta en el prefacio de este libro Bernardo Cervellera, Misionero del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME) y Director de AsiaNews. Pero lo que el papa Francisco ha denominado “globalización de la indiferencia”, referida en este caso a las persecuciones religiosas, se refiere también el reciente pasado, pues la han vivido otros muchos países desde hace décadas, como ha sucedido con los países del Telón de Acero, incluido China. Para Cervellera, “este libro se sobrepone al silencio sobre la persecución en el periodo maoísta, abordado por muy pocos especialistas”.
            El libro es continuación de otro anterior, El libro rojo de los mártires chinos, también de Gerolamo Fazzini, cuyo contenido, como este, son un conjunto de historias protagonizadas por laicos, sacerdotes y religiosos chinos. También tiene bastante que ver con Dios es rojo, del escritor ateo Liao Yiwu, libro que contiene una serie de entrevistas que muestran además la pujanza clandestina del cristianismo en China.
            En esta ocasión, Fazzini ha escogido cuatro testimonios (tres sacerdotes y un laico) que sirven como un ejemplo más del alcance de esta dura represión. Si bien al principio de la dictadura comunista, Mao pareció aceptar la presencia de la religión (reconocida en la Constitución), en pocos años se diseñó una estrategia para eliminarla y controlarla. Los testimonios seleccionados tienen muy en cuenta el contexto político del momento y la obsesión de las autoridades comunistas por reducir a la mínima expresión la religión se llevó a cabo a través de sistemáticas persecuciones (que comenzaron con la expulsión de todos los misioneros extranjeros), de la expropiación de dispensarios, escuelas, hospitales, capillas, iglesias y, además, del control político que ejerció la Oficina de Asuntos Religiosos y uno de sus organismos, la Asociación Patriótica de los Católicos Chinos, desvinculada totalmente del Vaticano y que sigue siendo hoy día el instrumento creado por el régimen chino para someter al catolicismo a sus intereses políticos.
            El libro comienza con el testimonio de Gaetano Pollio, sacerdote italiano que fue arzobispo de Kaifeng. Poco tiempo después de su nombramiento, fue detenido y en 1951 expulsado del país. Su experiencia es un buen ejemplo del cambio de actitud del régimen maoísta. Pollio sufrió durísimos interrogatorios y fue testigo de las tácticas empleadas para perseguir y dividir sistemáticamente a los católicos (de manera especial a los miembros de la Legión de María).
            Lo vivido por Domingo Tang, otro de los protagonistas, recuerda en muchos momentos a lo que también padeció el obispo vietnamita Van Thuan, detenido en 1975 en Saigón por las autoridades comunistas y que sin ser juzgado pasó trece años en prisión en unas durísimas condiciones. Tang, ordenado sacerdote en 1941 y obispo en 1951, fue arrestado y pasó 22 años en prisión sin que los jueces se pronunciaran sobre las causas de su presidio. Durante esos años no recibió ninguna carta de sus familiares o amigos y vistió únicamente la ropa que llevaba al ingresar en prisión. En 1969 incluso fue dado oficialmente por muerto por los miembros de su congregación jesuita.
            Por su parte, Juan Liao Shouji pasó veinte años en las cárceles chinas, muchos de ellos en los laogai, los campos de reeducación chinos que imitaban a los gulag soviéticos. Laogai es la contracción de Laodong Gaizao Dui, es decir, “la reforma a través del trabajo”, campos de trabajo que siguen existiendo en China. Harry Wu, activista chino residente en Estados Unidos, fundó una ONG destinada a denunciar la existencia de estos campos (él estuvo casi veinte años en uno de ellos, desde 1960 a 1979), como cuenta en su biografía Vientos amargos. Y el último testimonio es de León Chan, que tiene un valor histórico especial, pues es uno de los primeros sobre la represión religiosa maoísta. Chan fue ordenado sacerdote en 1937 y vivió trece años bajo el régimen maoísta hasta que en 1962 pudo huir, en pleno caos por las dramáticas consecuencias de la Gran Hambruna provocada directamente por el presidente Mao con su política irresponsable del Gran Salto Adelante (como puede verse en el ensayo de Frank Dikötter, La gran hambruna en la China de Mao. Acantilado. 2017). El análisis que hace Chan de los métodos comunistas resulta incisivo y muy actual.
            Encadenados no se anda por las ramas ni presenta teorías abstractas. Los testimonios concretos de las atrocidades que tuvieron que padecer estas personas –y otras muchas que se citan a los largo de sus relatos- ejemplifican el clima de terror y persecución (no solo religiosa) que se ha vivido en China durante décadas y que Occidente ignoró, quizás de manera deliberada. Mientras millones de víctimas chinas padecieron la Revolución Cultural, en Europa los defensores del Mayo del 68 se emocionaban con los consejitos de autoayuda política del Libro rojo de Mao.



Encadenados. Diarios de mártires de la China de Mao
Gerolamo Fazzini
Palabra. Madrid (2017).
416 págs. 19,90 €.
T.o.: In catena per Cristo.

Traducción: José Ramón Pérez Aragüena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario