jueves, 14 de diciembre de 2017

“Mundo es”, de Andrés Trapiello



Fiel a su cita anual, vuelve Andrés Trapiello a publicar un nuevo volumen de sus diarios, el número veintiuno, a los que ha dado el título genérico de Salón de pasos perdidos. Los lectores habituales de estos diarios vuelven a encontrarse con las ya previsibles vicisitudes de su personaje protagonista: episodios domésticos y familiares, visitas al Rastro, conferencias y presentaciones de libros, lecturas y artículos, las periódicas estancias en Las Viñas, ataques de hipocondría, la relación con sus hijos, encuentros inesperados, sus amigos… En definitiva, esa atmósfera vital que precisamente buscan sus lectores, pues a estas alturas no se leen estos diarios para encontrar sorpresivas revelaciones ni grandes aventuras. Lo que se desea es reencontrarse con ese escritor-personaje que es capaz de convertir en literatura su propia vida.
            “Escribir como se vive”, dice Trapiello casi al final de estos diarios. Y puede ser un buen resumen de su ya monumental empresa literaria: atrapar la vida “sin destruir las sombras” ni destruir “la luz”. De todo un poco o todo a la vez. Esto lo hace en cada una de estas páginas -y es lo que me parece que más hay que destacar- con una polivalente calidad literaria: en los diarios –unidos por el carácter de su protagonista- aparecen todos los registros literarios posibles: momentos líricos, prosa cotidiana, descripciones prolijas, reflexiones íntimas, aforismos, crítica literaria, observaciones agudas e ingeniosas, comentarios mordaces, mucho sentido del humor… Todo ello contado con gran naturalidad, sin imposturas, con un estilo sólido que es el resultado de muchos años de escarbar en las palabras para encontrar la más justa y apropiada y de huir de los tópicos para dar forma a los matices de tantos sentimientos. Desde el punto de vista literario, Trapiello saca el máximo partido al multiforme género diarístico. Sin lugar a dudas, es ya una indiscutible referencia en este género.
            Personalmente, siguiendo con esta idea, destacaría su capacidad para hacer retratos. Uno de mis favoritos aparece en la entrada en la que después de trabajar en un estudio entra a un bar. Escribe: “vimos allí a una mujer única. Entre sus ochenta años y la gente había extendido una cortina de maquillaje, pintalabios y sombra de ojos que tenía el único propósito de hacer que aparentara cuarenta, con el resultado desafortunado de que se le echaban lo menos cientoveinte. ¿Quién era, o mejor, quién había sido? Su no-pelo, teñido de rojo granada, estaba cardado de tal modo, que subía sus buenos treinta centímetros. No obstante su volumen engañoso, era tan escaso que se le veía la forma de la calavera y se le podía contar pelo por pelo. Más que cabellera, se parecía a un plantío forestal. Cómo había logrado meter su cuerpo en aquella falda de plexiglás rojo era uno de esos misterios que saben guardar para sí las mujeres coquetas. La blusa, sin mangas y no menos ceñida, dejaba al aire dos magníficos perniles blancos y para mostrarlos altanera al mundo, se había subido a unos coturnos de un palmo”.
            También destaco sus personales opiniones literarias, expuestas con agudeza y mucha originalidad. Por ejemplo, para él “las novelas históricas lo peor que tienen es que suelen acabar mal, porque empiezan siendo historia pero no acaban siendo novela, y al revés”. O su impresión después de dedicar unas horas a releer Cien años de soledad, de García Márquez, escritor que aparece en estas páginas a propósito de un desternillante relato de su estancia en un Congreso en Colombia, al que dedica no pocas páginas: “A las dos horas compruebas que estás extenuado de tanta magia y hechos insólitos y, como sucede con los culturistas, la prosa tratada con anabolizantes admira tanto como repele”.
            Y luego están sus opiniones sobre Proust y Francisco Umbral. Y sobre Josep Pla, Baroja, Galdós, escritores habituales en sus diarios. También, rápidos y sarcásticos comentarios a propósito de un encuentro con Antonio Gala en la Feria del Libro de Madrid, las esculturas de Botero en Colombia, un libro sobre la Movida madrileña… Sorprendentes aforismos: “El día de mañana está muy sobrevalorado, porque el día de mañana, no hay que engañarse, no va a llegar nunca (Zenón de Elea)”.
            Hay páginas memorables con observaciones muy minuciosas sobre su estancia en el Congreso de Colombia, uno de los platos fuertes de este volumen, donde vuelve a demostrar su capacidad de observación, a veces mordaz, para sacar partido a los actos oficiales, recepciones, comidas y eventos a los que asiste. También me han parecido muy brillantes las páginas que dedica a acompañar a su hijo fotógrafo a una capea en un pequeño pueblo extremeño de la España profunda.
            ¿Qué busca uno, como lector, en estos diarios? Cada uno seguro que buscamos cosas distintas. En mi caso, y ya que se le conocen las reacciones, los sentimientos y hasta las manías, acompañar como la sombra a su protagonista en los diferentes y variados pliegues de su vida, nada espectacular sino más bien rutinaria, que él asume y aborda de manera muy literaria: convierte todo lo que le pasa en un momento único e irrepetible, sea este reparar una avería en su casa de Las Viñas, visitar una librería de viejo, dar una conferencia, ir de compras o asistir al insólito concierto de guitarra clásica de unos amigos. O sea, literatura en estado puro.


Mundo es
Andrés Trapiello
Pre-Textos. Valencia (2017)
448 págs. 29 €.

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